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Hace unos cuatro mil años, los pueblos que habitaban las tierras situadas al sur de Rusia alcanzaron un nivel tecnológico asombroso.

Su próspera economía estaba basada en el comercio. Dominaban la metalurgia del hierro, conocían la rueda y habían domesticado a los perros. Disponían de una raza de caballos dotados de cascos duros, lo que les permitía desarrollar una potencia enorme. Capaces de cabalgar sin descanso sudando sangre, arrastraban ágiles carros de guerra con arqueros y lanceros provistos de armas y corazas de hierro, contra las que nada podían oponer los guerreros campesinos con armas de bronce.

Esta superioridad tecnológica les facilitó avanzar hacia el sur y hacia el este, y en mil años colonizar con su cultura todos los pueblos agrícolas de Europa y del norte de África.

Los celtas llegaron hasta los confines de Occidente, trayendo consigo el hierro, la rueda, el caballo y los perros. Modernos estudios nos indican que el 25% de los genes de los actuales habitantes de la península ibérica proceden de aquellos antepasados.

Hay que destacar que los caballos de cascos provocaron un avance revolucionario en la civilización. Estos caballos tenían gran capacidad de trabajo, por lo que podían mover carros, arar los campos y mover norias y molinos. Infatigables, permitieron acortar los viajes. Por primera vez los Humanos podían desplazarse grandes distancias.

Hasta la llegada del vapor, la fuerza de los caballos fue imprescindible para el desarrollo de la economía y la sociedad.

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